Piensa la música en silencio, sentado en un sofá, viendo despistado el mundo que le rodea, sintiéndose él mismo parte de ese mundo y no el epicentro a recordar. No se altera, no titubea, ni siquiera vocifera. Tan solo le cuesta sonreír, y no es por ganas ni maneras, es que le cuesta esbozar esa mueca de sonrisa que haga al resto respirar. Piensa, comenta, siempre alrededor de un acorde, de un ritmo, de un compás. Y critica con positivismo lo que oye y lo explica con tatareos inaudibles, solo para su mente presuntamente despistada mirando hacia ningún lugar.
¿Qué puedes esperar de un genio así que dice que tiene Jet Lag de volar de Asturias a Valencia, que fuma de paquete y vaporiza para dejar de fumar?.
Esperas que haga lo que hace, subirse a un escenario, acariciar las curvas de la guitarra que cae en sus manos y hacerte entender sin gustarte Extremoduro donde está el secreto de la pócima mágica del sonido que emborracha masas. Iñaki es simplemente eso, un genio despistado, que va de ciudad en ciudad, que por encima de contar cabezas en el horizonte mientras hace sonar su canción, da igual que se descuente o recuente al personal. Al final los genios son eso… feriantes de su don, ludópatas de su propia magia, esclavos de su talento, resucitadores de su propio yo sin importarles tener 2 que 20.000 ojos delante.